viernes, 24 de abril de 2009

Alegoría de la Caverna


Consultar libro de la cátedra:
alegoría de la caverna, símil del bien, alegoría de la línea, dialéctica ascendente y descendente.

TEXTOS DE FILOSOFIA ANTIGUA 2008

1. Enrico Berti, Lecturas sobre Presocráticos II. “¿Qué sentido tiene estudiar hoy Filosofía Antigua?”. Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
2. Pierre Aubenque, “Si y No”.
3. María Isabel Santa Cruz, “Filosofía o historia de la filosofía: una falsa disyuntiva”.
4. Castoriadus Cornelius, Lo que hace a Grecia, “VII Seminario del 26 de enero de 198”.
5. José Carlos Bermejo Barrera, “Mito y Filosofía”.
6. Hyland, D. Los orígenes de la filosofía en el mito y en los presocráticos, “La batalla de los gigantes: I”.
7. Monique Canto y Sperber, Filosofía Griega, “Los pensadores preplatónicos” de Jonathan Barnes.
8. Néstor L. Cordero, La invención de la filosofía – una introducción a la filosofía Antigua, “La respuesta de Anaximandro”.
9. Blanca Quiñonez, “La búsqueda del fundamento en los presocráticos”.
10. Blanca Quiñonez, “El lenguaje como determinante del mundo antiguo y sus proyecciones. El nacimiento del lenguaje filosófico: el término díkê”.
11. W. Jaeger, Paideia, “El pensamiento filosófico y el descubrimiento del cosmos”.
12. Muñoz Gallego Cao, “Oscuridades del texto de Heráclito. Lectura alternativa”.
13. Francisco Rodríguez Adrados, Palabras e ideas, “El sistema de Heráclito: estudio a partir del léxico”.
14. Néstor Luis Cordero, Siendo, se es, “El poema” y “Cap. II – Prolegómenos a la tesis de Parménides”.
15. Néstor L. Cordero, La invención de la filosofía – una introducción a la filosofía Antigua, “La alternativa fundamental”.
16. Blanca Quiñonez, “Lenguaje y realidad en Parménides”.
17. Gorgias, “Fragmentos”. Ed. Gredos.
18. Francisco Rodríguez Adrados, Palabras e ideas, “Gorgias” (Pág. 100 a 109 y 152 a 155).
19. Blanca Quiñonez, “Desde la palabra fundante en Parménides a la palabra persuasiva en Gorgias”.
20. Luis A. Castello y Claudia Mársico, El lenguaje como problema entre los griegos ¿Cómo decir lo real?, “Argumentar por caminos extremos”.
21. Platón, Diálogos Menón y Protágoras. Ed. Gredos.
22. Lledó Emilio, La memoria del logos, “Cap I – El prisionero de la caverna (Platón, Rep. VII 514 a, ss.)”.
23. Monique Canto y Sperber, Filosofía Griega, “Las formas y la dialéctica”.
24. Vallejo Campos Alvaro, Platón, el filósofo de Atenas, “La teoría de las formas”.
25. Havelock Erick A., Prefacio a Platón, “Cap. XIV – Origen de la teoría de las formas”.
26. José María Nieva y Blanca Quiñonez, “El eros como principio filosófico en Platón”.
27. Beatríz Rossi, Saber gozar, estudios sobre le placer en Platón, “2. Hipócrates carece de poder para gobernar porque no sabe lo que quiere”.
28. María Isabel Santa Cruz, “División y dialéctica en el Fedro”, Revista Latinoamericana de Filosofía.
29. Dixsaut M., La metamorfosis de la dialéctica en los diálogos de Platón, traducción-resumen: “La dialéctica el método en el Fedro”.

HYBRIS - ὕϐρις

El Castigo a la Desmesura

Puede observar cómo la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan sus iras. puedes observas también como siempre lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los arboles más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasía.
Heródoto, Historia, VII, 10

Platón, El Sofista - Cuadro


lunes, 30 de junio de 2008

EL EROS COMO PRINCIPIO FILOSÓFICO EN PLATÓN

Autores: José M. Nieva y Blanca A. Quiñonez
Instituto Estudios Clásicos Univ.Nac.Tucumán

Entendemos que la crítica de Platón a la tradición precedente no debe ser interpretada como una negación sino más bien como una depuración de aquellas ideas que pudieran servir a sus propósitos de reforma moral, política y educativa de Atenas. Sin embargo, a menudo encontramos ciertas vacilaciones con respecto al desprendimiento del pasado, lo cual dificulta sistematizar completamente la posición del autor.
Tal es lo que sucede con la noción de Eros, que primordialmente alude al dios de la mitología, aunque en la cultura precedente encierra un doble matiz, ya que puede ser entendido como pasión o como deseo. Por ejemplo, para Hesíodo: “. Eros, es bellísimo entre los inmortales dioses; desata los miembros y domina la mente y la voluntad prudente de todos los dioses y hombres”.
La poetisa Safo por su parte se expresa así: “El Amor me ha sacudido el alma, como el viento desde el monte embiste a las encinas” (v 47). En la tragedia de Sófocles, el personaje central, Electra confiesa: “También yo tengo en mi corazón un deseo semejante al tuyo, Corifeo” (v. 297).
En Eurípides encontramos numerosos pasajes en los cuales aparece el nombre de Eros. Así Medea se pregunta: “¿Qué deseo tengo del terrible lecho?” (v. 151). Por su parte, en Hipólito, Fedra pregunta: “¡Oh, madre desgraciada! ¿Qué eros (deseo) te sedujo?”. Y la respuesta que recibe dice: “Cipris es irresistible si se lanza sobre nosotros con fuerza; al que cede a su impulso se le presenta con dulzura, pero al altanero y soberbio, se apodera de él y lo maltrata. Quienes conocen los escritos de los antiguos y están siempre en compañía de las Musas saben que Zeus una vez ardió en deseos de unirse con Sémele” (v. 443). Y se justifica diciendo: “Es insolencia querer ser superior a los dioses. Ten valor de amar, una divinidad lo ha querido” (v. 475) para concluir: “El amor ha labrado profundamente la tierra de mi alma” (v. 505-506).
Estos versos reflejan claramente que la pasión que la diosa Cipris o Afrodita desata en Fedra se encuentra está enmarcada en cierta imagen del amor vigente en Grecia que muestra que el amor o eros era considerado una locura (manía), una enfermedad del alma (nósos) y, en cuanto conlleva la irrupción de lo irracional en el alma, produce efectos demoledores o devastadores en la vida del hombre. En otros términos, estas características hacen que el estado de la protagonista se describe como un desasosiego permanente que no le da paz, que no le produce tranquilidad, que no encuentra descanso.
Cabe señalar además que el enamoramiento descripto en dicha obra se produce como resultado de la visión del objeto amado; esto provoca que el enamorado sucumba ante la belleza que se desprende de aquél. En otras palabras, la pasión es como un relámpago instantáneo nacido de la percepción y por lo tanto resulta inevitable e incontrolable puesto que depende de una fuerza superior, una divinidad que puede ser el mismo Eros u otra vinculada íntimamente a él, en este caso, Afrodita.
Ahora bien, Platón no desconoce ni rechaza el carácter divino y despótico de Eros, por eso en el libro IX de la República señala: “Desde antiguo se llama a Eros un tirano” (573 b).
No obstante, el término adquiere una significación con matices en su pensamiento puesto que en algunos textos toma un valor filosófico negativo, aunque en la mayoría se convierte en una fuerza positiva que impulsa la actividad racional cuando emerge de la parte superior del alma.
Con respecto al primer matiz, en el libro IX de la obra mencionada, observamos cómo el ateniense pasa sucesivamente de un sentido al otro, como si el ahondamiento de la cuestión lo llevara a corregir su propia perspectiva; de esta manera - luego de ser criticada y aislada- finalmente la noción se convierte en un valioso instrumento de búsqueda filosófica. Para clarificarlo no debe obviarse empero el uso de los términos, ya que en el primer caso “eros” aparece como sinónimo de “epithumía”, es decir, apetito, vinculado a las bajas inclinaciones de la parte inferior del alma, la concuspicible, mientras que en el segundo apunta a términos tales como alethéia, sophía, y otras actividades del pensamiento o la vida racional.
Por otra parte no debemos dejar de lado que el punto de partida de las consideraciones arranca del libro IV con la analogía entre el estado y el hombre, con la tripartición del alma y que el enfoque se realiza desde una perspectiva política. El autor utiliza una imagen para indicar la naturaleza y las relaciones de las tres partes del alma: concupiscible, irascible y racional. Platón compara a éstas con un hombre, un león y una bestia de mil cabezas, encerrados todos dentro de la forma de un hombre (República IX, 588 a- 589 b) y señala que ciertos estilos de vida están dominados por los deseos de cada parte del alma, por lo tanto, cada uno preferirá uno por sobre los demás De este modo, las acciones de los diversos tipos humanos que ejercen el poder adquieren relevancia para todos los miembros de la comunidad puesto que originan distintas formas de gobierno, de acuerdo a la primacía de determinados deseos del gobernante. Así, por ejemplo, el alma timocrática busca primordialmente el honor (571b).
Por el contrario, quien desea el saber, el filósofo, cuando alcanza la verdad se convierte en el único capaz de juzgar que un estilo de vida es mejor que otro puesto que desarrolla y utiliza las potencias requeridas. Tales capacidades son: la experiencia, la sabiduría y la razón. Esto significa que la parte racional posee fundamentos para valorar la realización de los deseos de las partes irascible y concupiscible ya que tiene en cuenta el bien del todo, es decir, lo mejor para toda el alma.
Entendemos que esta preocupación por encontrar lo que es realmente mejor para el todo, este interés por la verdad lleva al filósofo a buscar el auténtico bien en la parte superior del alma, porque de lo contrario las partes inferiores, al tender insistentemente a dar cumplimiento o satisfacción a sus propios deseos reducen al hombre a un ser “sin razonamiento ni inteligencia” (586 d).
La parte racional, insistimos, se describe como “filosófica”, consagrada a ejercer la razón (581 d); precisamente por la posesión de esa cualidad que el mismo Platón atribuía al dialéctico en el libro VII: poseer una visión sinóptica de la realidad (537 c). En otros términos, quien mira siempre las Formas desde una perspectiva totalizadora, tiene la capacidad de atender a lo uno y lo múltiple en sus relaciones mutuas y recorrer los distintos espacios que ambos construyen entre sí a través del pensar. Mas este pensar se activa con la fuerza del eros que brota del interior del alma superior que, cuando conoce lo permanente, engendra así la inteligencia y la verdad[1].
El análisis del Fedro muestra que el camino que recorre Platón parte de la opinión común, o tal vez cabría decir mítica, que considera que el eros es un tipo de apetito (epithumia) (Fedro, 237 d), de deseo sexual que expresa atracción hacia un ser determinado, atracción que nace en razón de la belleza que posee el objeto amado. No obstante, del mismo modo que en la República, el ateniense modificará su perspectiva para dar lugar a una explicación depurada del eros ligándolo al que es amante de la sabiduría, es decir, al filósofo.
En efecto, la mayoría considera a eros una forma de deseo apasionado e intenso, una manía o locura en lugar de moderada y serena, cree que es irracional, compulsivo, causante de las mayores pérdidas en la vida humana. Sin embargo, “si fuera una verdad simple el que la locura es un mal, se diría eso con razón” (244 a)
Ahora bien, este modo de pensar o esta lectura del Eros parte del supuesto de que el movimiento del alma hacia su objeto tiene su origen en un vacío o en una carencia que nos empuja a colmarla; el impulso viene de la falta, de la ausencia, de la carencia y no del alma misma como auténtico origen del movimiento. En otros términos, la opinión común nos impide comprender que “lo que se mueve a sí mismo nunca cesa de moverse, y es además la fuente y el principio del movimiento para todas las cosas que se mueven” (245 c). Vemos que el ateniense afirma que el alma es el más genuino principio de todas las acciones humanas ya que ese dinamismo “es precisamente la esencia y la noción del alma” (Fedro 245 e).
Por lo tanto, desconocer que el alma es fuente de movimiento y por lo tanto el único origen del deseo significa dar a ese movimiento un origen extraño, es decir, a objetos ocasionales que pueden o no hacer brotar el deseo.
Cabe preguntarnos, ¿cómo establece Platón la verdad del deseo? ¿Cómo logra modificar una concepción unilateral del eros? ¿Cómo logra articular “un discurso que permita escuchar la verdad sobre Eros” (Banquete, 199 b)? En efecto, en el Fedro e el discurso filosófico tiene un carácter erótico porque eros es objeto genuino de discurso, como lo muestra bien el Banquete. Empero, los encomios pronunciados en este diálogo adolecen todos de defectos, porque no revelan la verdadera naturaleza del objeto en cuestión; solamente Sócrates sacará a luz la verdad acerca de eros inspirado por Diotima, lo cual muestra que debemos ubicar a Eros dentro del ámbito divino. En este sentido, observamos que Platón no abandona completamente la lectura mítica de Eros, aunque la enriquece.
Desde el punto de vista filosófico, o sea, desde una lectura racional del discurso de Diotima, inferimos que Eros es la fuerza interior que dinamiza el alma y en razón de ello la impulsa hacia lo que puede alimentarla, inmortalizarla, hacia aquello que le impide morir y la hace dejar de lado o eliminar todo aquello que haría de obstáculo para la consecución de la meta verdadera de su movimiento.
En otras palabras, Eros empuja al alma desde su propio interior y así se revela como principio de unidad y también como principio de continuidad porque es la fuerza que permite atravesar lo múltiple sin detenerse allí y sin dejarse engañar por ello; por su potencia eros reduce lo múltiple a la unicidad de lo verdadero[2]. Empero, para llegar a la verdadera meta hay todo un trayecto que cumplir, un camino escarpado y difícil que recorrer, dicho en términos de la República.
Ahora bien, recordemos que el fin o el término del movimiento erótico del alma, según el Banquete, es alcanzar la ciencia de lo Bello. Ella tiene la singularidad, la excepcionalidad frente a todas las otras ciencias de hacer presente su objeto súbitamente, instantáneamente, en suma, de producir un padecimiento en aquel que la contempla.
Por su parte la Idea de la Belleza o lo Bello en sí posee el privilegio de ser la más resplandeciente “y al llegar a este mundo la aprehendemos por medio del más claro de nuestros sentidos, puesto que brilla con suma claridad” ya que “es la más manifiesta y la más amable de todas” (Fedro, 250 d). Esto significa que la Belleza no es solamente la meta sino también el alimento de eros en cuanto lleva a engendrar en ella la más bella sabiduría moral que es la moderación y la justicia (Banquete, 209b) .
Ahora bien, ni la Belleza ni el anhelo que ella inspira son suficientes para llevar a cabo el movimiento ascendente del alma dinamizado por eros. Es necesario que éste sea guiado, o de la contrario, cabe suponer que ella misma puede encausar su propia fuerza, su propia potencia hacia aquello que verdaderamente es. La cuestión es: ¿posee ella misma en sí misma el origen de su propia realización?
Recordemos que todo el ascenso del alma se realiza desde un cuerpo hacia una ciencia específicamente única, desde una cierta forma de unidad hacia la verdadera forma de unidad, desde la unidad de una multiplicidad hacia el carácter único de la Idea o Forma. El punto de partida está dada por la belleza de un cuerpo; se trata de una unidad, que no obstante pertenecer a una multiplicidad, es capaz de provocar o despertar el logos por ser bello (Banquete 210 a). Sin embargo, esta forma de unidad es equivalente a cualquier otra que se muestra igualmente bella en su corporeidad; por eso pensamos que el grave peligro consiste en permanecer y detener el eros; de apaciguar su dinamismo y sucumbir al engaño de la opinión común que considera que su verdadero alimento radica en los objetos sensibles que no sacian jamás por eso despierta un deseo desenfrenado.
El mismo Platón reconoce con suma lucidez ese peligro al declarar que “ese violento deseo de un solo cuerpo” paralizaría todo dinamismo del alma (Banquete, 210 b).
Ahora bien, esta mención a la violenta pasión por un cuerpo ¿no deja entrever que el alma se encuentra dividida? ¿No estará nuevamente presente la tripartición del alma señalada en República IV, aún cuando no se la mencione?, En otros términos, ¿Qué justifica esta mención de la vivacidad del deseo por un solo cuerpo? ¿Cabe pensar que hay en Platón un paso hacia delante en la comprensión de la complejidad de la vida humana?
Por otra parte según el Fedro las modalidades de expresión del eros son múltiples puesto que en cuantos hombres conviven dentro de nosotros el corcel negro y el corcel blanco, ambos con sus deseos respectivos, con sus tendencias desiderativas opuestas. En esta complejidad de manifestaciones sólo el eros del filósofo aporta el placer más dulce (Fedro 251 e) por el cual el alma se satisface enteramente. En efecto, la inteligencia desea y solamente ella tiene la fuerza para desear y dar toda su fuerza al deseo.
M. Dixasut lo expresa de este modo: “Erôs filósofo opera la unidad de lo positivo y de lo negativo para dar libre curso al dialegesthai”[3], en efecto, la dialéctica es el buen uso del logos, la expresión del pensamiento cuando busca comprender lo que es y, por ello, al tener como único principio verdadero de actividad al eros hace que el alma se desprenda de lo que deviene para que alcance lo que realmente es. En otras palabras, el dialegesthai es el movimiento del logos hacia el ser, es la marcha misma y la estructura interna del discurso racional y lingüístico; un movimiento que aspira a la posesión del ser y desea pensarlo y expresarlo con verdad[4].
A nosotros este movimiento tal cual se refleja en estos diálogos nos hace pensar que la dialéctica lleva dentro de sí un significado existencial y un profundo valor ético, ya que lo que se trata de pensar es la vida misma; en consecuencia, la idea de que la plenitud de una vida buena para el hombre consiste en saber vivir, en una vida que cobra sentido cuando -dinamizada por eros- refleja la potencia del lógos en la búsqueda constante de la sabiduría, esto es, un modo de vida que es una experiencia del amor.
Este proceder dialéctico se refleja claramente en el Fedro cuando se distinguen dos tipos de eros diferentes. Platón señala, como lo hemos marcado anteriormente, que la concepción común de eros es insuficiente ya que sólo la explicación adecuada de su naturaleza nos permitirá distinguir sus diversos tipos. Es decir, podremos comprender a eros si “no tememos el hecho en sí de la locura y ningún razonamiento nos confunde, amedrentándonos con la afirmación de que se debe preferir como amigo al cuerdo y no al perturbado. Pero es lo contrario lo que por nuestra parte hemos de demostrar: que es con vistas a la mayor felicidad de ambos como les es otorgada por parte de los dioses locura semejante” (245 b).
Recordemos que en el primer discurso de Sócrates el eros emerge de la parte no racional ya que es una expresión de la locura ciega (238 b). El deseo o apetito se opone por lo tanto a un “modo de pensar adquirido que aspira a lo mejor” (237 d).
En el segundo discurso o la célebre palinodia el ateniense considera al eros como un tipo de locura que pertenece a la parte racional (249 c) y que produce los mayores bienes porque es en beneficio del amante y del amado por lo cual es enviado por los dioses el amor.
Ahora bien, la locura del amante se produce ante la contemplación de su amado porque le recuerda la Forma de la Belleza (249 c-250 b). Así el eros es valorizado positivamente puesto que hace despuntar las alas del alma y es el principio de un verdadero procedimiento amoroso hacia la verdad[5] porque corrige los efectos perniciosos de la locura humana al dar origen a los mayores bienes. Sólo el amor hace posible que “el piloto del alma, el entendimiento” (247 c) posea “el afán por ver dónde está la llanura de la Verdad” porque ese es su alimento con el cual se nutre la naturaleza del ala con la que se aligera el alma.
El Eros se revela así como un principio metafísico por la totalidad del ser, un verdadero principio filosófico, el “mejor colaborador de la naturaleza humana” (Banquete, 212 b) ya que hace que el hombre verdadero, el filósofo, “haciendo uso de la dialéctica, y una vez que ha encontrado un alma adecuada, planta y siembra en ella discursos unidos al conocimiento; estos discursos son capaces de defenderse a sí mismos y a su sembrador, puesto que no son estériles sino que tienen una simiente que hace feliz a su poseedor en el más alto grado en que le es posible al hombre” (Fedro, 277 a).
En conclusión, este recorrido por la obra de Platón nos ha permitido ver que siguen teniendo vigencia las palabras de Sócrates luego de haber escuchado las palabras de Diotima: “Estoy convencido e intento persuadir a los demás de que para la adquisición de ese bien (la verdad) difícilmente se pueda tomar un colaborador mejor de la naturaleza humana que el Eros. Por eso sostengo que todo hombre debe venerar al Amor sino que también venero todo lo que guarda relación con él (212 b).

[1] Cfr. Fedón 68 a-b y Gorgias 481 d)
[2] M. Dixsaut, Le naturel philosohe, p. 143-156
[3] M. Dixsaut, Le Naturel Philosophe. Essai sur les dialogues de Platon, ed. Vrin, Paris, 2001, p. 154. Cfr. también de la misma autora Métamorphoses de la dialectique dans les dialogues de Platon,, ed. Vrin, Paris, 2001
[4] cfr. I Crombie, Análisis de las doctrinas de Platón I, Madrid, Alianza, 1978, p. 140
[5] cfr. P Impara, “Mito, Eros e Filosofia nel Fedro”, p. 301 en L. Rossetti (ed.), Understanding the Phaedrus, Academia Verlag, 1992.

jueves, 12 de junio de 2008

Introducción a Platón



Introducción


Platón es el único filósofo de la Grecia Clásica cuya obra nos ha llegado íntegramente.
El esquema tradicional señala un orden cronológico de composición dividido en tres etapas: una etapa de juventud, una de madurez y una de vejez; aunque no se haya llegado todavía a una determinación clara sobre qué diálogos integran cada etapa.
De modo general podemos decir que la etapa de juventud suele ser situada luego de la muerte de Sócrates. Los escritos que sin duda son posteriores al juicio y muerte de Sócrates (399 a.C.) son Apología, Critón y Eutifrón, aunque muy probablemente esos diálogos hayan sido precedidos por el Ion, Hipias menor, Laques, Lisis y Cármides. En una etapa de transición encontramos a diálogos como Menón y Eutidemo, donde se comienza a ver un giro temático fundamental que es en donde centraremos luego nuestros análisis.
El viaje a Sicilia de Platón, tras el cual se fundó su Academia, separa de algún modo los diálogos juveniles de los de madurez. En esta etapa se sitúan sin duda el Fedón, Banquete, República y la Carta VII. El Fedro, pertenece a esta etapa por su estilo y temática, pero presenta algunos conceptos que son desarrollados en la vejez, por lo que puede ser visto como un escrito limítrofe entre ambas etapas, junto a el Teeteto y Parménides.
Los diálogos tardíos, de vejez o críticos disfrutan de un mayor consenso en cuanto a su cronología, se incluyen aquí a Sofista, Político, Filebo, Timeo, Critias y Leyes. En estos diálogo, Platón hace un critica o revisión de su filosofía.

En sus diálogos Platón hace hablar a quien fue su maestro: Sócrates. Esto plantea la dificultad de definir hasta que punto lo que Platón hace decir a Sócrates corresponde con el pensamiento del Sócrates histórico y en qué medida es pura invención platónica. Aun así, Sócrates es el interlocutor principal de todos los diálogos de Platón, siendo este el mayor homenaje de un alumno a su maestro.
· Aunque la duda sobre la autoría de las ideas socráticas y platónicas tal vez sea insoslayable, es común decir que en los diálogos juveniles se observa una predominancia de temas socráticos. Esto quiere decir que, en los diálogos de juventud, se desarrolla una temática basada en conceptualizar virtudes éticas - como la valentía, o la justicia - e intentar definir en ellas lo universal, por ejemplo definir qué es lo bello, es decir, qué hace bellas a todas las cosas bellas del mundo.
En palabras de Rodolfo Mondolfo, “se trata de una exigencia que Sócrates generalmente no llega a satisfacer”. La mayoría de los diálogos de esta etapa concluyen aporéticamente, es decir, dando una definición negativa, en el sentido que se definen los conceptos éticos a partir de lo que no son pero sin llegar a una definición concreta. Otros autores dirán más bien que los diálogos sólo aparentemente son aporéticos ya que, en realidad, en estos se incita a la búsqueda profunda de la definición que sí está esbozada allí.

· En el paso a los diálogos de madurez hay una diferencia temática fundamental: se irá introduciendo el tema del conocimiento, dando comienzo con este al desarrollo platónico mas esencial: la teoría de las ideas y la teoría de los dos mundos, que es el tema en que vamos a explayarnos más profundamente.


El Conocimiento en Platón

Lo primero que debemos poner de manifiesto es que Platón está convencido de que el conocimiento verdadero no puede referirse a lo que cambia ni a lo múltiple sino a lo permanente, a lo uno. Lo invariable y uno había sido buscado en Sócrates en los universales o conceptos morales, y desarrollados por Platón en los diálogos de juventud. A partir del diálogo Menón, Platón intentará ocuparse de temas que su maestro no había tratado:
- por un lado, aclarar cuál es el status ontológico o el modo de ser de los conceptos - que Platón llamará Ideas o Cosas en sí;
- por otro lado, tomar el tema en su totalidad, es decir, clarificar todos los dominios de las Ideas, yendo mas allá de los conceptos éticos-morales, para indagar sobre ideas más amplias, como las ideas matemáticas o metafísicas por ejemplo.

Platón parte de la diferencia entre conocimiento sensible y ciencia, proponiendo que:
El conocimiento sensible, es falsamente llamado conocimiento, pues debería llamarse opinión (dóxa), ya que al basarse en el material que los sentidos proporcionan es siempre mudable, confuso, y hasta contradictorio; por tanto, puede inducirnos a error y no nos permite edificar algo duradero.
El verdadero conocimiento, o ciencia, deberá ser de especie totalmente diferente del que aportan los sentidos, deberá ser constante, riguroso y permanente. El verdadero conocimiento deberá referirse a lo que realmente es y dar fundamentos de ello.
Platón está convencido de que hay un conocimiento objetivo, válido necesario y universal, este (según lo aprendió de su maestro Sócrates) es el conocimiento que nos proporcionan los conceptos, las esencias, lo que permanece eternamente ante el cambio de las “realidades” sensibles.

Teoría de los dos mundos

En el diálogo de madurez Fedón, Platón propone que, para encontrar lo permanente e inmutable, que es la fuente del conocimiento verdadero y que, como tal, no puede ser hallado en el mundo de lo sensible (es decir, no podemos percibirlo por nuestros sentidos), es necesario que exista otro mundo, el mundo de las Ideas o mundo inteligible, del que el mundo sensible no es mas que copia o imitación.

Si buscamos la etimología de la palabra Idea, vamos a encontrar que esta proviene del verbo griego eí1dw, que significa hacerse visible, mostrarse. Así, ei3doç (idea) sería lo que se nos hace visible, lo que se nos muestra. Pero esta figura se nos hace visible no al aspecto sensible, sino bajo un aspecto puramente intelectual; el ei3doç platónico solo se alcanza con la razón, se trata de un aspecto inteligible. Esto determina una característica esencial de la teoría platónica de las ideas: las ideas son algo real y pueden ser captadas, son cosas metafísicamente reales, aún más reales que las cosas que captamos por los sentidos externos, puesto que las cosas del mundo sensible, dirá Platón, son copias de las Ideas en sí y por tanto, tienen una existencia o un grado de ser inferior.
Las cosas del mundo sensible aspiran a ser como las Ideas en sí, pero en el fondo siempre les falta algo para serlo plenamente, nunca llegan a ser como las Ideas a las que tratan de imitar. Las cosas sensibles constituyen una mezcla de ser y no ser porque nunca llegan a ser plenamente. Sin embargo, a diferencia de lo que defendía Parménides – que anulaba la multiplicidad y el cambio del mundo sensible, proponiendo que esto equivalía a la nada - Platón no niega toda la realidad de las cosas físicas o perceptibles: el Mundo de las cosas sensibles tiene ser pero no un ser perfecto ni genuino como el que poseen las Ideas en sí. Entre el no-ser y el ser pleno (las ideas) se intercala el mundo del devenir, el de las cosas sensibles que son en tanto que participan de las Ideas y no son en tanto que no son las Ideas mismas.
Las cosas sensibles son contradictorias, cambiantes e imperfectas, mientras que las ideas son idénticas, inmutables y perfectas; por ende, las cosas sensibles y las ideas representan dos órdenes de cosas, dos modos del ser totalmente diferentes. Pero, aun siendo de diferentes ordenes, hay entre ellos una relación de semejanza, copia o imitación. Las cosas del mundo sensible tienen realidad en la medida en que en ellas de alguna manera se realizan o concretizan en entidades universales o Ideas. Por ejemplo, se dice que un acto es justo en la medida en que ese acto es participado por la idea de justicia en sí, esta idea es la que hace que el acto sea justo. El acto justo imita a la idea de justicia y de allí le viene su semejanza con esta.
Pero, en este sentido, como en el mundo sensible solo podemos advertir cosas que son perceptibles por nuestros sentidos, es necesario que a las Ideas, que solo son perceptibles por nuestra razón o inteligencia, las hayamos conocido antes de venir a este mundo. Se plantea aquí la “teoría de la reminiscencia”: Platón propone que antes de nacer el alma del hombre habitó el mundo de las Ideas, donde las contempló y conoció en su totalidad, pero, al venir a este mundo y ocupar un cuerpo, el hombre atraviesa un río – el Leteo – el río del olvido. Al atravesarlo, el saber de las esencias, de las Ideas permanentes e inmutables, se le olvida, aunque quedan latentes, de manera que cada vez que vea cosas sensibles que participan de esas Ideas que él conocía, él recuerda en algo las Ideas olvidadas. Así, en Platón “aprender es recordar”.
Recapitulando. Para Platón existen dos mundos u órdenes del ser, un mundo perceptible por los sentidos corporales, el mundo sensible; y otro mundo inteligible que se percibe solo a través de la razón. Estos dos mundos tienen su correlato en el conocimiento, ya que el mundo sensible funda un saber de dóxa u opinión, mientras que el mundo inteligible lleva al conocimiento propiamente dicho, el saber de la ciencia o epistéme (e1pisth’mh).

Las tres alegorías de la República


Entre los Libros VI y VII de la República se presentan tres analogías: la alegoría del Sol, la alegoría de la línea y de la caverna. Con esto descubrimos otra característica que aparece en los diálogos de madurez: el uso común de lenguaje mítico para explicar sus teorías. Cabe aclarar que, si bien hay destacados autores que hablan de “mito” de la caverna, por nuestra parte consideramos más adecuado hablar de símil u alegoría, ya que en la alegoría platónica no se presentan características religiosas - como es usual en los mitos.
Estas tres alegorías forman una unidad indisoluble, no tan solo por la identidad de estilos y por el encadenamiento de imágenes recurrentes, sino porque en las tres se presenta el mismo campo semántico, consiguiendo con esto que la teoría platónica de los dos mundos y de las ideas quede explícita y tome verdadera consistencia.


Alegoría de la línea

Casi al final del Libro VI de La República, Platón definirá concreta y precisamente las subdivisiones de los dos mundos y sus respectivos modos de conocimiento, hará esto a través de lo que se conoce como alegoría de la línea, en la que se representan las distintas zonas o grados del ser que van desde la nada hasta el ser en toda su plenitud, en paralelo a los grados del saber, que van desde la ignorancia absoluta al conocimiento pleno que es la idea del Bien.

(ver figura en: http://filosofia-antigua.blogspot.com/2008/06/alegora-de-la-lnea.html )


Nótese que los dos segmentos superiores son de mayor tamaño, ya que simboliza el mayor grado de ser (realidad) y de verdad que tiene el
mundo inteligible respecto del visible.


Relación entre los dos mundos. Al ser el Bien el fundamento de todas las demás ideas constituye a la vez el fundamento de todas las cosas sensibles ya que estas deben su ser a las ideas. Así como la idea de Bien es el fundamento ontológico, gnoseológico y teleológico de las Ideas, estas últimas lo son de las cosas sensibles.
Hay que tener en cuenta que el que los dos mundos estén separados no significa que no haya relación entre ellos: las cosas sensibles tienen su explicación, su razón de ser en la idea, entre ambos mundos se da una cierta correspondencia. El mundo Inteligible representa el modelo del sensible. Esta idea de participación o copia de las cosas sensibles a las ideas intenta ser explicada en el Parménides - diálogo de transición hacia la vejez – donde se proponen distintas alternativas para resolver el problema de en qué modo o cómo las ideas participan de las cosas; pero esta duda queda sin resolver concretamente hasta hoy. En Parménides es conocido como un diálogo aporético.


Alegoría de la Caverna

El Libro VII de la República comienza con la exposición del conocido símil de la caverna, que usa Platón como explicación alegórica de la situación en la que se encuentra el hombre respecto al conocimiento, según la teoría de los dos mundos explicada al final del Libro VI. Es decir, mediante esta alegoría de la caverna, Platón tratará de mostrar cómo el hombre comúnmente se mueve solo en el mundo de la opinión y el arduo trabajo que significará para este llegar al verdadero conocimiento. El relato platónico nos advierte explícitamente su sentido, dado que la narración se abre con estas palabras: “compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza”.
Sintéticamente, lo que aquí relata Platón es que hay una caverna subterránea en la que habitan unos hombres encadenados y prisioneros desde niños, obligados a mirar a una pared en donde se proyectan unas sombras.
Más atrás y más arriba de los prisioneros hay una tapia detrás de la cual unos hombres transportan todo tipo de cosas sobre sus cabezas, y estas, al ser iluminadas por un fuego que esta todavía más arriba, proyectan las sombras que ven los prisioneros. Así, estos prisioneros no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados y los sonidos que puedan escuchar de los hombres que están transportándolos, aunque los prisioneros creerán que son las sombras las que les hablan.
Ahora bien, ¿qué sucedería si uno de estos prisioneros es liberado? Con gran esfuerzo se levantaría e intentaría mirar a su alrededor, aun sin comprender que esta viendo cosas mas reales que las sombras que antes veía. Este hombre estaría perplejo al entender que lo que antes había observado no era la verdadera realidad sino una verdad de sombras.
El prisionero liberado con gran dolor comenzaría a caminar, a acercarse a los hombres que están detrás del muro, la luz del fuego lo cegaría ya que estaba acostumbrado a la penumbra
Luego sería arrastrado fuera de la caverna contra su propia voluntad, puesto que subir la pendiente y acostumbrarse a la luz implicaría un gran sufrimiento y esfuerzo para él.
Al salir de la caverna, gradualmente se irá acostumbrando a la luz del sol. Lo que el prisionero vería más fácilmente serían, ante todo, las sombras; luego, las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados en el agua, y más tarde, los objetos mismos. Después de esto le sería más fácil contemplar de noche el cielo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la luna. Por último, vería el sol, tal cual es en sí mismo.
Después de esto, deduciría que el sol es el que produce las estaciones y los años y gobierna todo en el mundo visible, y que es, en cierto modo, el creador de todas aquellas cosas que ve. Finalmente, el liberado se sentirá feliz por haber descubierto lo verdaderamente real, y se compadecerá de sus compañeros que aún siguen prisioneros, querrá compartir con ellos la alegría del mundo descubierto. Así, volverá a rescatar a sus compañeros, aún temiendo que estos lo crean loco e intenten matarlo.

Si bien hay innumerables interpretaciones de esta alegoría de Platón, considero que de manera general y mas ajustada al propósito de texto platónico, y como él mismo lo explicita en la República, con el ascenso al mundo de arriba (la salida de la caverna) y a la contemplación de las cosas del mundo, se refiere con la ascensión del alma al mundo inteligible y la contemplación de las ideas.
Platón se vale del símil de la caverna para ejemplificar y explicar la alegoría de la línea, mostrando así que ambos tienen una estructura análoga, es decir, los elementos figurativos de la caverna tienen su correlato y su interpretación en la alegoría de la línea. Por ejemplo, el sol que en el mundo visible produce la luz y hace ser a las cosas, representa la idea del Bien y es la que en el mundo inteligible produce la verdad y el puro conocimiento. Por el contrario, los prisioneros de la caverna, que solo ven sombras, tienen un conocimiento falso, su saber es también un saber de sombras, de apariencias, no conocen la verdadera realidad, es decir, no conocen el mundo inteligible.
En lo que quisiera hacer hincapié es en el retorno del liberado a la caverna, que vuelve para alertar a sus compañeros; para Platón esta es la tarea del filosofo: la filosofía si bien es el resultado de una experiencia personal, de una ascensión al mundo de las ideas, también es una experiencia que llama a ser compartida y es por esto que el filosofo como el prisionero liberado, una vez que ha adquirido el verdadero conocimiento busca transmitirlo. El filósofo no se contenta con una mera contemplación intelectual, sino que ese conocimiento debe servir para conservar y estructurar la vida. Como su maestro Sócrates, Platón no se conforma con contemplar la esencia de las cosas, sino que quiere crear el bien.

Bibliografía

- Apuntes de clases teóricas y prácticas de las materias de la carrera de Filosofía: Introducción a la Filosofía (2004) e Historia de la Filosofía Antigua (2005). UNT.
- Carpio Adolfo, Principios de Filosofía. Capitulo “El Mundo de las Ideas – Platón”. Buenos Aires. Ed. Glauco. 2003.
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- Platón, “La República” (Libros V, VI y VII) y “Fedón” en Obras completas, traducción de José Antonio Miguez. Madrid. Ed. Aguilar.1972.
- Sitio en Internet: www.webdianoia.com
- Quiñónez Blanca, Historia de la Filosofía Antigua (selección de textos). Tucumán. Instituto de Estudios Clásicos Facultad de Filosofía y Letras Universidad Nacional de Tucumán. 2004.